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Foto del escritorNuno de Oliveira

La perfeción


La fiesta de Navidad del pasado 15 de diciembre terminó con la lectura de un excerto del libro que regalé a Laura (nuestra viola) y Basilio, Beatriz y Maria Gabriela (nuestros actores). Lo elegí porque representa esa idea que ya tantas veces hablé de que el arte y el yoga convergen en ese movimiento hacia dentro, en una introspección que tiene algo en comun. Esta idea fue explorada el los varios “Art & Yoga” que ya realizamos en la Casa del Yoga. Lo dejo aquí para consulta, disfrute y como mensage para un 2019 lleno de epifanias personales.

Extractos de “El concierto” de Stefano Russomanno de la editorial Fórcola/Ficciones, 2018

“En el estudio del violín descargué mis furores adolescentes. Mientras mis coetáneos buscaban reafirmarse en las motos, las chicas, la discoteca o el fútbol , y encontraban allí su manera de consolidar una identidad propia, la mía se fraguaba día tras día en los golpes de arco, las escalas, los arpegios y las posiciones avanzadas del instrumento, que dominaba con creciente soltura. No hablo de simple destreza técnica. Para mí, el estudio del violín tenia unas conotaciones por así decirlo heroicas. Constatar cómo mis dedos se movian sobre el mástil de manera ágil y precisa, sentir la estricta compenetración entre mis manos y mi voluntad, me otorgaba una sensación de plena posesión de mi cuerpo y de mi mente. Esta creciente habilidad ensanchaba mis confines interiores.

Mientras tocaba, contemplaba la eficacia de mis gestos con la misma satisfación que un guerrero por su habilidad en el manejo de la espada. Hay quien busca en la música un medio para templar en espíritu, un sosiego, un recogimiento. Mi pasión musical alumbraba en cambio otra vertiente. Es cierto que en algunas casos actuaba como un balsámo nostálgico, pero la mayoria de las veces la música se apoderaba de mi como una tensión ebria, una lucha, un enfrentamiento con el límite para tratar de superarlo. Quienes afirman que la armonía es paz y remanso no han entendido nada de ella. Yo la vivía como un impulso, una exaltación constante, una afirmación de bravura. La música se había vuelto mi campo de batalla material y espiritual. Mientras estudiaba, libraba diariamente luchas contra enemigos imaginarios a los qu esquivaba y golpeaba con la ayuda de mi violín y de mi arco. Cada pieza era una montaña a escalar, un conjunto de laderas verdes y paredes escarpadas cuya peligrosidad había que afrontar para alcanzar la cumbre.

Poco a poco también fui tomando consciencia de por qué había escogido el violín.[...] Más que elegir yo el violín, sería más correcto decir había sido el violín el que me había elegido a mí.[...]De repente todo cobró sentido. Me di cuenta de que el violín era algo así como la encarnación de mi espíritu guerrero. El instrumento era mi escudo y el arco era mi lanza. Y que toda la fiereza, el arrebato y el ardor de los que no hacía gala en la vida diaria habían encontrado su cauce natural allí: en el violín. Mis progresos en el violín se me revelaban ahora como las etapas de un caminio iniciático en donde cada logro, es decir: cada pieza que incorporaba en mi repertorio, suponía un hito, una prueba superada. Y el premio no era una mera gratificación personal, la obtención de un título o un diploma, ni siquiera la admiración de los demás. No. Era una recompensa interior. “

Pag 39, 40

“Me obsesionaba la búsqueda de ese sonido ideal que tienes en la cabeza y que el instrumiento se resiste a traducir. Conseguirlo requiere tiempo, sacrificios y disciplina. Es una lucha contra el instrumiento y contra uno mismo, contra tus límites mentales y corporales. Al mismo tiempo es una batalla contra un enemigo invisble: la inercia intrinseca de las cosas a querer estabilizarse en un punto médio y estático. Por eso, para no desviarme de mi meta, rechacé impartir clases particulares pese al beneficio que supondría para mi economia. Este trabajo compulsivo elevó sin duda a cotas más altas mi habilidad con el violín. Tan solo dos años después,me promovieron a ayuda de solista.”

Pag. 67

“El gran intérprete es un canalizador de energías, y no lo digo como una simple metáfora. Pienso que esta afirmación debe entenderse en un sentido literal. No es casual que, al referirnos a un músico o un actor, utilicemos palabras como “magnetismo” o “atracción”. El gran intérprete funciona materialmente como un íman: ejerce un poder de atracción invisible pero evidente. Podemos debatir sobre la naturaleza de esta fuerza, si es algo físico o espiritual, sin embargos sus efectos son concretos, palpables. Ahora bien, intenta acercar dos imanes y verás lo que ocurre. Se repelen. ¿Qué quiere decir esto? Que no puedes sumar dos perfecciones, ni siquiera puedes acercarlas demasiado. La una rechazará a la otra. La perfección puede interaccionar con la imperfección (de hecho, la atrae hacia sí de manera imperiosa), pero no puedes juntar dos perfecciones. Cada una se erigirá en un baluarte impenetrable para la otra. Es inevitable. Cada perfección es un universo cerrado, autónomo. Por eso no verás a Benedetti Michelangeli tocar nunca. con Stern o bajo la batuta de Karajan o Kleiner. Hay una incompatibilidad recíproca. La perfección es solitaria.”

Pag 85

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