Leía yo sobre esta emoción que se caracteriza por exceso de luz e intentaba acordarme de cuales fueron mis momentos de deslumbramiento yóguico.
Seguramente mi primera clase con Tarik (mi primer profesor), a pesar de ser en un aula sin ventanas, produjo en mí una apertura en el centro del pecho donde la luz pasó a borbotones y sin restricciones.
Ese deslumbramiento, que sigue presente hoy, trece años después, fue una impresión como la huella de un dinosaurio: pase lo que pase, la marca no se desvanece. Y es esa huella que me da la fuerza para levantarme más temprano que las gallinas y volverme compañero de los grillos en las madrugadas de cero grados, donde mi respiración me guía y me lleva.
Después fue una sucesión de deslumbramientos entre luces y velas, ventanas y buhardillas. Mi práctica me fue enseñando a vivir, a relacionarme, a elegir y a negar, y claro está, a amar.
A veces te acostumbras tanto al deslumbramiento de la práctica que dudas si esa emoción continúa o no presente en tu vida… pero si, está aquí. La luz que nace de la oscuridad y elimina las tinieblas.
asatomä sadgamaya tamasomä jyortigamaya mrtyormä amrtamgamaya
Condúcenos de lo no real a lo real
Condúcenos de la oscuridad a la luz
Condúcenos de la muerte a la inmortalidad
(Brihadaranyaka Upanishad – I.iii.28)
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